A veces sonrío sin querer.
A veces sonrío sin darme cuenta,
como un acto reflejo al ver que una cámara me apunta. A veces sonrío porque no hay más remedio.
Otras sin motivo.
Algunas por puro compromiso.
Y siempre,
siempre,
cuando te tengo en frente.
Cuando eres tú el que sonríe.
También cuando mi madre está orgullosa de mí,
cuando veo que mi abuela es feliz,
si mi padre se echa a reir,
y cada vez que mi hermana me hace sentir que a pesar de los kilómetros ella está aquí. Una vez mi abuelo me dijo que era muy risueña.
No sabía lo que significaba porque era pequeña, y le pregunté.
Me dijo que siempre que me miraba,
yo estaba sonriendo, aunque fuera solo con los ojos.
Que había nacido soñadora,
que creía en el mundo y y mi sonrisa iba a conquistarlo
para hacerlo mejor, aunque solo fuera un poco. Ahora sonrío menos,
quizás he perdido un pedazo de la esperanza por el ser humano,
a lo mejor me han hecho tanto daño tantas veces
que ya no voy por la vida confiando y creyendo de antemano,
sin condicion ni prerrequisito alguno.
“Ser risueña” siempre ha sido y será para mi el mejor halago,
y no puedo evitar cierto remordimiento por no merecerlo en todo momento,
por haberle abandonado un tiempo,
por no siempre sonreir con sinceridad.
Menos mal que no importa como empiecen las cosas,
ni siquiera como se enredan,
lo importante siempre es el desenlace final.
Y sé que mi boca volverá a brillar.
Brillar con verdad.
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